Inercia: el amor que se construye en la soledad

2016

inercia-En Inercia, una cuarentona deslucida Lucía se hace cargo de Felipe, su guapo aunque cateado exnovio al que, sin querer, reencuentra recluido en un hospital. Tras el encuentro, se deja caer en el influjo amoroso que se ha inventado. Las dinámicas de lo que vemos nos inducen a creer que es el segundo, y quizá último, round de una pareja que nunca lo fue.

La reconocida sonidista Isabel Muñoz retoma de alguna forma en su ópera prima como directora, la idea de su cortometraje anterior (el premiado Si maneja de noche, procure ir acompañado) respecto al uso de una pareja heterosexual en una situación que los encierra en un espacio, para hacerlos musitar en voz alta sus problemas amorosos, mientras quedan decir lo que realmente les afecta, les duele y los condena.

Bien actuada, es quizá la extensión del filme la que va un poco en contra del mismo ya que muy poco añade a la creación del personaje de Lucía, a quien sólo la vemos compartiéndonos un viaje a la humillación y de quien no podemos comparar su carácter anterior como para entender si está haciendo un cambio en su forma de ser bastante pazguata ante el carisma de ese hombre -más enigmático por la manera en la que ella se acerca de nuevo a él, que por lo que éste nos acaba mostrando (u ocultando, en este caso).

Sencilla e impersonal en su forma, hay sin embargo en el filme una buena secuencia hacia el final de la película que, sin traicionarse a sí misma y que, si bien se muestra igual de tímida que su personaje femenino, parecería arrancado de un filme rumano de la última ola debido al rigor y a la dureza despiadada de su plano extenso. Ocurre en un baño y hurga en la sumisión a la que se somete Lucía llevándola a los extremos de la sumisión; excava en las dobleces morales misóginas del caído príncipe azul aprovechando las dotes del actor para el melodrama sin desbordarlo (conteniéndolo sin embargo a una exhibición aséptica); muestra los resortes de una invención amorosa esculpida de soledad, como si fueran los “fragmentos amorosos” que desmenuza Barthes en su clásico libro ochentero; y, con la presencia de una puerta de cristal que divide el espacio donde se encuentran, logra utilizar visualmente la metáfora de unos cuerpos aparentemente unidos pero imposibles de juntar, mas que en el vaho de la ilusión.

Esta secuencia es ejemplo de las posibilidades de su directora y esperemos que esta película sea el prólogo a una obra igual de intensa, quizá más sintética y atrevida.

Los invitamos a leer otra opinión de esta cinta y ver un par de entrevistas con la directora y el protagonista y la conferencia de prensa de cuando se presentó la película.

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