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Candyman, o lo que yace detrás de las leyendas (1 Parte)

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La década de los 90 significó, entre otras cosas, la llegada del posmodernismo a Hollywood, entendido en la mayoría de los casos no tanto como una crítica de los arquetipos establecidos en épocas previas, sino como el uso de un humor socarrón y auto-referencial que permeo inclusive sus pocas producciones relevantes en el campo del terror. Véase si no obras como There’s nothing out there (Rolfe Kaneski, 1991) y la popular Scream (Wes Craven, 1996), que se regodean en jugar con los diversos clichés de subgéneros establecidos (invasiones alienígenas y slashers o asesinatos en masa, respectivamente), divirtiendo al público masivo al tiempo que buscan asustarlo. Pero hubo algunos creadores que tomaron este espíritu característico del fin del siglo XX para más bien cuestionar ciertos arquetipos, como es el caso de la película que hoy nos ocupa: Candyman, aparecida en 1992.  

Candyman es obra del inglés Bernard Rose, director de relativamente poca obra (puede mencionarse su estupendo thriller onírico Paperhouse (1988), además de ciertos dramas históricos como Immortal beloved (1994) y adaptaciones de obras literarias como Anna Karenina y la Sonata a Kreutzer), y quien sabe que el terror puede utilizarse para explorar los tabús más recónditos de la sociedad dentro de la cual se enmarca, y que los miedos más perdurables son aquellos que parten de la piel (la superficie) hasta el fondo del alma: de la víscera a la abstracción. El guion está basado en el relato The forbidden, obra del no menos fascinante escritor británico Clive Barker, y que trascurría en los barrios obreros de Liverpool, una de las zonas más violentas de Inglaterra, donde una fotógrafa de grafiti encontraba en las sórdidas historias de la cultura local una manera de escapar a su rancio matrimonio con un laureado académico. Para su adaptación fílmica se trasladó la historia a Cabrini-Green, un proyecto de vivienda pública localizado en el norte de Chicago y que en la vida real era famoso por ser uno de los peores focos de violencia urbana, al grado que en marzo del 2011 fue demolido por completo[1]. Pero el cambio más notable es el del personaje adversario: Candyman, que en el texto original es un hombre con piel del color de la nata y las mejillas escarlata, en esta película es un hombre afroamericano, y cuyos orígenes se remontan hasta antes de la guerra civil estadounidense.

Precisamente uno de los principales aciertos de la película es tomar el tema de las diferencias de clase que Barker proponía y agregarle otro tema fundamental pero espinoso dentro del imaginario colectivo estadounidense, y que es el de las complejas relaciones interraciales. Además de un lúcido guion, la película se apoya en una banda sonora de Philip Glass y en las complejas interpretaciones de sus protagonistas: Tony Todd en el papel de Candyman (papel que le forjaría un estatus notable entre los aficionados al cine de terror) y Virginia Madsen en el papel de la protagonista Helen (un papel que le granjeó bastantes elogios por parte de la crítica). Por medio de la yuxtaposición entre un villano afroamericano que fascina y repele a la vez y una mujer blanca de clase alta y educación privilegiada, pero que no es tan inocente como parece a primera vista, Rose consigue esbozar dos mundos en tensión constante: el de el pueblo obrero y mayoritariamente de color versus el de la clase privilegiada y mayoritariamente blanca (precisamente la mejor amiga de Helen, Bernadette (interpretada por Kassi Lemmons) es una afroamericana de clase alta y que ve con malos ojos la fascinación de Helen por crímenes de los que “sería mejor no saber nada”). Como conflicto básico, los negros desconfían de los blancos y estos les temen a los negros. Así, esta película toma la premisa de las leyendas urbanas como válvula de escape de las angustias citadinas, y la adapta al modo de vida (pero no necesariamente “al gusto”, y en esto radica buena parte de su poder) estadounidense.

El argumento es más o menos esquemático: Helen Lyle es una folclorista que investiga leyendas urbanas para su tesis de posgrado, con lo que espera superar a su rival académico Trevor (Xander Berkeley), que es también su esposo. Ella escucha diversas historias acerca de un misterioso “Candyman”, que se dice acecha en el famoso Cabrini-Green, un lugar plagado de varios asesinatos sin resolver.

Candyman, según se dice, era el hijo de un esclavo liberado, y llegó a ser un pintor famoso. Se le encargó retratar a la hija de un terrateniente blanco, con la cual sostuvo una relación amorosa. Cuando esta relación fue descubierta, Candyman fue linchado por una turba enfurecida, quien le arrancó la mano con que pintaba para remplazarla con un garfio y después lo cubrió de miel para darle muerte entre un enjambre de abejas. Ahora ronda los pasillos desolados de Cabrini-Green o bien se le aparece a quien diga su nombre cinco veces frente a un espejo.

Ella decide visitar Cabrini-Green, donde encuentra, entre otras cosas, un mural que representa a Candyman como un demonio que devora todo a su alrededor. Ahí conoce a algunos residentes locales como Anne-Marie McCoy (Vanessa Williams), madre soltera (quien le pregunta: “¿Qué piensa decir de nosotros, que somos pobres?”) y un niño llamado Jake (DeJuan Guy), suerte de informante local, quien le cuenta un relato perturbador sobre un niño que fue castrado en los baños públicos de al lado. Helen fotografía el baño en cuestión y es atacada por una pandilla cuyo líder también se hace llamar “Candyman” (esto es, utiliza una superstición local para granjearse el miedo de la gente). La policía arresta a esa pandilla inmediatamente (a Helen le molesta el hecho de que hasta que una mujer blanca fue atacada a nadie en la policía le importaban las actividades de la pandilla). Helen vuelve a su mundo académico y es entonces cuando se encuentra con el verdadero Candyman, quien le pregunta: “¿Crees en mí?”.

Helen despierta de pronto en el departamento de Anne-Marie, cuyo Rottweiler fue decapitado y su bebé secuestrado. Histérica, Anne-Marie ataca a Helen, quien se defiende con un cuchillo de carnicero. Helen es arrestada, pero dejada en libertad por la influencia de Trevor. Inmediatamente, Helen es atacada de nuevo por Candyman, esta vez en su departamento, y él se cobra otra víctima: Bernadette.

Helen es recluida en un asilo psiquiátrico, del que escapa al cabo de un mes. Para entonces, su mundo perfecto se ha destrozado: Trevor la remplazó por una de sus estudiantes, y el hijo de Anne-Marie sigue desaparecido. Helen vuelve a Cabrini-Green, donde Candyman se manifiesta de nuevo y le dice “Siempre fuiste tú” [es ambiguo si esto significa que Helen es la rencarnación de la novia de Candyman o si ella realizó los asesinatos que hemos presenciado].  Helen consigue localizar al hijo de Anne-Marie en el fondo de un depósito de basura, que será utilizado como hoguera; ella consigue rescatar al bebé y devolvérselo a Anne-Marie, a costa de su propia vida. Candyman aparentemente es consumido por el fuego.

En el funeral de Helen, la comunidad de Cabrini-Green aparece imprevistamente y Jake deposita un garfio blanco junto al ataúd de Helen. Más tarde, Trevor, quizá arrepentido, llama a Helen frente al espejo –esta se aparece frente a él como un espectro y le pregunta “¿A qué le temes?”, mientras lo mata.

La última toma revela que el mural de Candyman ha sido remplazado por uno de Helen, alzándose de entre los muertos como un ángel vengador.

(Continuará)



[1] En el tiempo que duró en pie (1940-2011), éste complejo pasó a formar parte del imaginario colectivo estadounidense, siendo entre otras cosas el escenario de la antaño popular serie televisiva Good Times (1974-1979).

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