Lo polémica visión sobre La La Land, o todas las canicas o ninguna

la la land animadoCada año durante la entrega del premio Oscar que otorga la Academia de Hollywood de Artes y Ciencias Cinematográficas nos topamos con el debate de que van a premiar, de porque alguna película está nominada y por qué esta otra ha sido ignorada, discrepancias que surgen de los diferentes puntos de vista que se tienen al ver una película y que no por eso hacen a unos estar mal y a los otros bien. Repito, son visiones de vida.

Esta año la polémica se ha centrado principalmente en La La Land de Chazelle, musical que rinde homenaje y rescate el espíritu de los musicales clásicos de Hollywood, el cuál ha sido protagonista de diversos debates por la red entre quienes ven en ella una obra completa y quienes la sienten sobrevalorada y sin sentido. El duro encontronazo entre las dos posturas es casi digno de un episodio de Game of Thrones donde las cabezas ruedan, las amistades desaparecen y las lealtades se definen con un si bailan o no bailan.

La La Land, para los que no lo sepan, es un musical ambientado en época actual que narra la breve pero significativa relación que mantienen una mesera con aspiraciones al estrellato como actriz y un músico de jazz que se debate entre buscar mantener ese sonido puro o dejarse contaminar por ritmos actuales y así acercarle a nuevas generaciones. Un romance de escasos meses que les cambia la vida por completo. Todo en plan de musical a los 40s, ¿qué significa eso? Que los protagonistas a la menor provocación comenzarán a cantar y a bailar aunque estén en medio de un embotellamiento vial o en una sala de cine.

No hablaré de aquellos cinéfilos que aún pueden acudir a las salas de cine y disfrutar lo que pasa en pantalla sin preocuparse de más que si sus palomitas alcanzarán o si saldrá a tiempo para alcanzar otra función. En esta ocasión quiero referirme a aquellos se dedican de forma profesional, o semiprofesional, al periodismo cinematográfico, principalmente a la crítica de cine, o lo que cada uno supone es eso.

Si bien para un cinéfilo es válido aceptarle un no me gustó por xyz razón, para un profesional la cuestión es más complicada aún. Por supuesto se vale no guste, que desespere o moleste, pero lo que es incomprensible es el llenar escritos de diatribas sin fundamentos y sin pies ni cabeza tratando de encontrar lo que no hay. Por decirlo de esta forma, es correcto no le agrade a muchos pero lo que salta es que sus ataques comiencen con un fuerte discurso contra las cualidades técnicas de la película, las cuales son innegables, si bien no son las mejores de la historia de la cinematografía si son destacables en su trabajo y cuidado, el negarle sólo por encontrar un motivo para decir que la película es mala ya comienza a jugar en contra. Como especialistas se espera que podamos separar el gusto personal con el del cinéfilo tenemos dentro, y si no nos agrada poder explicar con argumentos el por qué no nos agrada más allá de palabras comunes y gustos personales.

Un detalle del que se acusa mucho a La La Land es el de su historia, llena de huecos argumentales, endeble, un vil pretexto para detonar una historia de amor que (gritos de indignación) no acaba como la mayoría quisiera, pero vamos, si ni a los protagonistas les afecta tanto ese final ¿por qué como espectadores deberíamos rasgarnos las vestiduras? Es cierto, la historia es un pastiche de ciento de películas, los homenajes que el director rinde para muchos se puede confundir con robo de ideas, pero en el fondo es lo que se busca sea la cinta; un musical que haga girar ojos al pasado. Y si, es uno de sus puntos débiles, bastante da para criticarle por aquí y no sólo quedarse en un “es aburrida”.

Ryan Gosling no canta y no baila. Emma Stone no canta no baila. No tienen química en pantalla. Se ven fuera de lugar. Se puede argumentar que en los últimos años ambos han ido alcanzando una madurez interpretativa que cada vez los consolida más como actores a seguir por la intensidad de sus papeles, pero lo cierto es que si, ambos cantan, ambos bailan, y si bien no lo hacen como lo haría en su momento un Kelly o una Reynolds, se defienden bastante bien en pantalla y lo hacen con soltura. ¿Química? Muchísima, no es la primera vez comparten pantalla y es innegable que ambos tienen algo que les hace ver bien y hacer sentir cómodo al espectador al verles juntos. De nuevo, el buscar desacreditar por cómo se ven juntos o por desconocer que uno de ellos fue parte del Club de Mickey donde cantaba y bailaba es dar patadas ante lo que no. Podemos destacar que hay momentos en que se ven forzados o se ven incómodos, pero también se puede argumentar que lo están porque el momento de la historia así lo amerita y no porque los actores lo estén.

Está sobrevalorada por la Academia no se merece tantas nominaciones. Aquí hay mucho material para cortar. El musical es uno de los géneros por excelencia en Hollywood (el otro es el western), por lo que es obvio, conociendo la historia del cine norteamericano, el reconocer la fascinación que este trabajo ha hecho, sobre todo tras años de sequía en el tema y encontrar neomusicales que aún no hayan su fórmula. Sí, es el regreso a la fórmula de los viejos musicales, y en ese terreno cumple su función. El que haya quienes la ataquen por ser un musical, de nuevo, tienen camino perdido ya que siendo un musical es obligación el verle como tal y calificarle como eso, no como un drama interracial en el siglo XVI.

La cinta es una burla a los músicos negros, en esta ocasión el blanco busca salvar la pureza del mismo y el negro la prostituye al combinarle con ritmos más comerciales. Es ignorar la historia del blues y buscar entregarlo a los blancos. Me imagino que quienes sustentan esto olvidan que la música se siente y fluye, no es una cuestión de pureza de raza musical, a mi mente vienen quemando los discos de Eric Clapton por ser blanco e inglés e interpretar como nadie el blues, los veo quemando los discos de la Orquesta de la Luz porque en Japón no pueden hacer salsa.

La La Land es un trabajo hecho para el público norteamericano, no para el latino o el hindú, tiene muy claro su segmento de público y no es aquel que se la vive en sus celulares, es para aquel que piensa que tiempos pasados fueron mejores y que tiene la madurez suficiente para entender que la vida es dura y no siempre ocurren las cosas uno desea, sino las que el camino del destino nos hace recorrer. Y si en el proceso de exhibición logra atrapar a nuevos espectadores, de cualquier edad o país, ya es ganancia, al fin de cuentas, el cine es un negocio que busca vender boletos.

Y no, el que no nos guste La La Land no nos hace malos cinéfilos, el que nos guste no nos hace superiores, lo único que nos puede poner en la calidad ética para decir una cosa u otra son los argumentos usemos para justificar lo que decimos. El cine es un arte que se aprecia de forma individual, que nos aglutina en salas de cine para hacer la experiencia colectiva, pero al final de la función, sólo queda lo que paso ante nuestros ojos y nuestras experiencias de vida. El hablar de forma apasionada pero sin descuidar el aspecto profesional es lo que nos debería llevar a poder decir no me gustó a mí pero reconozco tiene virtudes; es decir la amé pero sí tiene unos errores garrafales en su guión y su puesta en escena, es no cegarnos ante lo que nos agrada y el dar el paso adelante para buscar profesionalizar lo que hacemos, el no hacer postura de influencers y vloggers papanatas sino el de periodistas cinematográficos.


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