Una madre y su hija, Carolina, empiezan una nueva vida al sur del país. Se mudan con la pareja actual de la madre, un hombre de negocios, aparentemente exitoso y que busca, en la madre y la hija, tener una familia.
Sin embargo, la madre en la desesperación por comenzar de cero, hace caso omiso de cómo esto puede llegar a afectarle a su hija. Por un lado, la madre busca tener una pareja, sentirse amada y deseada; alejarse por completo de la problemática del matrimonio anterior. Para ella es fácil borrar lo pasado e iniciar de nueva cuenta, sin embargo en su búsqueda por una nueva vida olvida que la hija no quiere borrar su pasado.
Por el lado de Carolina, es una niña apegada a sus padres, la madre siempre presente y el padre –entomólogo- ha dejado una huella en su vida que se muestra por el amor a los insectos, esta huella es tan aparente y tan natural para la niña que la madre llega un punto en que culpa a la genética por su comportamiento; una cosa más que la madre quisiera poder olvidar. Más claro que el agua, imposible. La niña ama a sus dos padres y ambos son necesarios para ella.
Pero los deseos de la niña son invisibles para su madre y para la pareja de ésta. Tanto la madre como su pareja buscan borrar el pasado, sin importar lo que esto implica. La madre obliga a la niña a pensar en que su nueva pareja es su nuevo padre, éste se enfurece al ver que la niña tiene fotos de su padre y, a pesar de sus intentos, no puede hacer que la niña se acerque a él ni le hable como él quisiera, como si fuera su padre.
Entre dos adultos, ensimismados en sus deseos y expectativas es donde se encuentra Carolina. Una niña que bajo el estrés de una nueva vida, empieza a mojar la cama, a ocultárselo a la madre y en secreto busca un refugio donde pueda adorar a sus dos padres sin regaños, gritos ni problemas.
Una de las escenas más dolorosas de la película es una conversación que tiene la madre con sus amigas sobre los nuevos cambios en la vida de ésta. Las tres mujeres hablan de la niña como un ser que no siente ni que comprende la situación, como si nada de lo que estuviera pasando le estuviera afectando, la madre habla de su hija como si ella estuviera desbordante de felicidad, como si ella amara a su nuevo padre, como si ella estuviera completamente bien y en contraposición vemos a la niña, escuchando en silencio.
La visión de la niñez en el segundo largometraje de Michael Rowe es devastadora, nos muestra el egoísmo de los adultos en buscar algo para ellos sin importar el precio. Mientras que en la niña vemos la transformación de una vida idílica a sus ojos a una vida donde no puede dormir, donde se esconde para poder ver las fotos de su padre y donde al final se enfrentará con el dolor, el odio, la desesperación de una nueva vida que no quería ni deseaba.
A pesar de que Manto Acuífero no es tan alejada de Año Bisiesto, en el sentido del tratamiento de los seres humanos, sus necesidades y deseos, no tiene el ritmo de Año Bisiesto, Manto Acuífero se alarga por momentos pero sería esta su única falla. La fotografía es maravillosa, el jardín donde la niña se la pasa es bellísimo y se vuelve su hogar, su verdadero hogar.
Las actuaciones se complementan y hacen que la visión de Rowe sea dolorosa y verdadera. Sofía Macías, Tania Arredondo y Arnoldo Picazzo logran un trío de actuaciones que hacen de Manto Acuífero un retrato de adultos y del mundo de un niño un lugar lúgubre y duro.