David Bowie: El viajero estelar que nos regaló su arte [1 Parte]

[AJ Navarro es un apasionado del séptimo arte, Licenciado en Ciencias de la Comunicación por parte de la UNITEC Marina-Cuitláhuac, colaborador en varios medios como Oculus Todo el Cine, Unplugged News, Frecuencia Geek, Criticinema, Cine Geek, entre otros con tres años en este fascinante medio del periodismo cinematográfico donde he tenido la oportunidad de cubrir festivales diversos como Macabro, Morelia, Mórbido, entre otros. Amante del cine de terror y lector empedernido.

Y en cineNT tenemos el agrado de tenerle en nuestras páginas con colaboraciones que sin duda serán de su agrado y les invitarán a conocer más de los temas presentamos. Sin mas le damos la bienvenida a un gran amigo y a uno de los críticos que sin duda darán mucho de que hablar]

Soy una estrella instantánea, sólo agrega agua” – David Bowie.

El 8 de Enero de 1947, la Tierra tendría el honor de arropar en su manto a un pequeño viajero, un bebé que llegaría a cambiar de diversas formas el mundo artístico, en particular la música y el cine. Esta pequeña criatura caída de las estrellas se llamaba David Robert Jones, quien en la década de los sesenta y para comprobar su vena única, se cambió el apellido a Bowie, para evitar ser confundido con Davy Jones, vocalista de la banda The Monkees.

La vida de Bowie no siempre estuvo llena de glamour y fama. Tuvo que pugnar por su lugar único para que su arte, su virtuosismo lírico y su talento fuera reconocido como estaba destinado a ser. Aterrizado en Brixton, en el sur de Londres, fue hasta 1969, después de un largo batallar por encontrar su esencia en medio de experimentos con diversos géneros musicales, que este joven artista lanzaría Space Oddity, estrenada justo a tiempo para coincidir con la llegada del hombre a la Luna. De hecho la canción fue usada por la BBC para promocionar la campaña lunar -aunque la letra implicaba a un astronauta perdiéndose en su viaje-, impulsando con ello su éxito.

 Sin embargo, a pesar de nuevas creaciones por su parte, parecía que Bowie no podía replicar  ese éxito logrado con su odisea espacial. Hasta que, gracias a una reinvención en su estilo y a la ola de la corriente del ‘glam rock’, Bowie encontraría el perfecto papel para consolidarse en el estrellato: la creación de Ziggy Stardust, un ser andrógino quien, gracias a la letra de “Starman” probaba ser ese individuo que cayó al planeta para reinventarse a él, creando una especie de contracultura retadora y erigiéndose como uno de los personajes más memorables de la historia de la música.

 Parecía haber caído de las estrellas, abrazando ese ingenio, esa originalidad que fue el sello característico de la reinvención constante, de un ser galáctico el cual, ante la llegada y muerte de Ziggy, parecía haber dado su primer paso hacia la inmortalidad musical. Curiosamente, ese hecho lo llevaría a abrirse paso dentro del mundo de la cinematografía un par de años después, de la mano de Nicolas Roeg y su adaptación de la novela de ciencia ficción “El Hombre que Cayó a la Tierra” (The Man Who Fell to Earth), de Walter Tevis, donde el artista demostaría el gran alcance de sus dotes.

 La trama de esa cinta tan particular es muy curiosa, ya que trata justamente de un extraterrestre (Bowie) el cual viene al planeta Tierra para salvar el suyo al querer obtener el agua de nuestro planeta azul. Sin embargo se encuentra con las trabas, la ambición y corrupción del hombre terrenal, además del amor de una mujer que parecen complicarle el paso a este ser de nombre Thomas Jerome Newton, en una apología y crítica hacia el capitalismo y la voracidad del mismo.

 A partir de aquí, Bowie demostró esa vena artística para algunos irregular en cuanto al éxito que tuvo, pero sin duda alguna arriesgada e innovadora, algo que caracterizó siempre a esta figura a lo largo de su carrera. En el mundo del cine, después de que la cinta donde debutó no tuviera la aprobación de toda la audiencia ni de la crítica especializada, Bowie siguió intentándolo, consiguiendo más papeles que se han quedado grabados en la memoria del cinéfilo y de los melómanos fanáticos de su trabajo por igual.

 En su carrera como actor encontró todo tipo de roles variados, teniendo la oportunidad de trabajar no sólo con Roeg sino también con directores de la talla de Tony Scott, Julian Temple, Martin Scorsese, Nagisa Oshima, Jim Henson, David Lynch, Julian Schabel, John Landis y Christopher Nolan, por mencionar algunos; en papeles que lo llevaron a probar su histrionismo, ese mismo que lo lanzó con Ziggy en el 73 y que siempre, sin importar la etapa musical o la visión fílmica de quien lo dirigía, mostraba su autenticidad desde esa mirada provocada por la anisocoria, padecimiento curioso que se produce cuando las pupilas de los ojos no tienen el mismo tamaño y que fue causado en él por una pelea en el lejano año de 1962 con un amigo llamado George Underwood al tener 15 años.

 Irónico es que esta particular situación fisiológica haya sido una de las características en este chico de las estrellas que cautivase a su audiencia, dándole ese toque irreal, de fuera de este mundo. Así, su carrera como actor despegó al lado de Roeg en ese papel icónico que aún a la fecha, a poco más de 45 años de haberlo realizado, sigue estando presente en la mente del culto a Bowie como la más fiel representación de un hombre que llegó del espacio para regalarnos su arte.

 Después de su participación en la cinta de culto de Roeg, su siguiente gran éxito en la montaña rusa de su vida y obra artística llegaría con otra reinvención musical donde se separa de lo hecho en los 70 y el ‘glam rock’, en otro gran año para este camaleón. El lanzamiento de “Let’s Dance” en el año de 1983 y su súbito éxito lo volvían a ubicar en la cima. Esto, aunado a su crecimiento en su carrera actoral que se vería coronado con dos cintas inolvidables y muy distintas entre sí: “Feliz Navidad Sr. Lawrence” (Merry Christmas, Mr. Lawrence), de Nagisa Oshima y “El Ansia” (The Hunger), de Tony Scott.

 En la cinta de Oshima (basada en una novela de Laurens van der Post), el multifacético artista nos regalaría un personaje dramático llamado Celliers, un condenado a muerte que termina por ser remitido a un campo de concentración en Japón durante la Segunda Guerra Mundial, y formando parte de ese choque cultural entre los nipones y los soldados británicos, liderados por Lawrence (Tom Conti) y que constantemente chocan con las posturas de Hara (Takeshi Kitano) y Yonoi (Ryuichi Sakamoto, también un gran músico fuera de cámaras). La película participó en el Festival de Cannes de ese año.

El Ansia”, la reinvención vampirica de Scott acompañada de una banda sonora interesante, una estética ochentera muy particular y una edición frenética, con el paso del tiempo se convertiría en un clásico de culto para el género. Aquí, Bowie haría gala de su galantería al interpretar al inmortal John, cuya vida eterna de súbito comienza a escapársele poco a poco de las manos, lo que detona un extraño triangulo pasional entre él, su amante y guardiana Míriam (Catherine Denueve) y una médico quien busca el secreto de la vida eterna y el envejecimiento, Sarah (Susan Sarandon), en un pequeño pero imborrable papel como para chuparse la sangre de los cuellos.

 

[CONTINUARÁ]


Imprimir   Correo electrónico