Un hombre gay regresa a su pueblo francés para reencontrarse con su familia –con la que ha mantenido contacto a través de públicas y escuetas postales- y con la alienación que le hizo alejarse de ese grupo hambriento de amor y lleno de sutiles reclamos.
En Sólo es el fin del mundo (Juste la fin du monde), Dolan deja de retar al encuadre y privilegia los extreme close ups (muchas veces oblicuos o subliminales) para retratar a esta familia disfuncional de seductores alienados que bien podría haber salido de un filme de Bergman; deja de desarrollar la neurosis de sus personajes y de la situación para concretarla en escenas que eluden siempre nombrar el conflicto, estando justo en el conflicto (¡); y se enfrenta al fin a divas y monstruos cinematográficos franceses actuales que escalan este filme de manera ascendente en su propia carrera.