El cine protagonizado por niños, en México, suele caer en el error de querer hacerles actuar como adultos, olvidando el lado infantil de sus acciones y pensamientos, lo que ocasiona que la mayoría de las cintas que se enfocan a esto fracasen en todos los sentidos, si le sumamos un elemento religioso, las ganas de huir de ellas son inmediatas ante lo que podría parecer un caso de adoctrinamiento ideológico enfocado a los menores, por lo que una cinta como “Emma” resulta una rareza que además logra algo casi inaudito con este tipo de películas, entretener.
Emma tiene ocho años y estudia la primaria en un colegio religioso, un día, tras recibir un golpe con una pelota, tiene una epifanía, debe ser santa. Cuando a su escuela ingresa un niño que declara abiertamente que no cree en dios, toma como reto personal el hacerle cambiar su opinión, pero en el camino ella descubre el verdadero significado de la fe.




El adaptar una obra de teatro al cine es una labor inmensa, los lenguajes de representación son diferentes y el poder crear dos obras diferentes que funcionen en cada escenario al que va destinado es muchas veces una labor que fracasa. Y si bien tenemos notables excepciones, una de ellas “Almacenados”, hay muchas que fracasan estrepitosamente al no poder ser algo más que teatro filmado, como el caso de “El Gallinero” que jamás logra ser otra cosa que teatro.






El cine contemplativo tiene sin duda sus seguidores, el retrato de una realidad pausada donde no ocurre nada le parece a mucha gente uno de los grandes fines del cine al retratar la vida tal cual es, como una extensión del cine documental etnográfico y donde la acción está determinada por lo que dicta lo “natural”. Una de esas cintas es “Ricochet”, ganadora del premio a Mejor Actor en el pasado Festival Internacional de Cine de Morelia.

